¿Qué peligro encierran los rayos cósmicos para los hombres en el espacio?

• Responde: Isaac Asimov

Allá por el año 1.911, el físico austríaco Victor Franz Hess descubrió que la Tierra estaba siendo bombardeada por una radiación muy penetrante que venía del espacio exterior. En 1.925, el físico americano Robert Andrews Millikan le puso el nombre de «rayos cósmicos», dado que venían del «cosmos», del universo.

Más tarde se descubrió que los rayos cósmicos consistían en núcleos atómicos de velocidad muy alta, dotados de una carga eléctrica positiva. Un 90 por 100 de ellos eran protones (núcleos de átomos de hidrógeno) y el 9 por 100 partículas alfa (núcleos de átomos de helio). El 1 por 100 restante son núcleos más complicados y de mayor masa, algunos tan grandes como el de hierro, que es 56 veces más pesado que el protón.

Los veloces núcleos que chocan contra la atmósfera exterior de la Tierra constituyen la «radiación primaria». Chocan con las moléculas de aire, las desintegran y producen una serie de partículas casi tan energéticas como la radiación primaria. Estas nuevas partículas, extraídas violentamente de las moléculas de aire, constituyen la «radiación secundaria».

Parte de la radiación llega hasta la superficie de la Tierra y penetra varios pies en la corteza. Algo de ella atraviesa también los cuerpos humanos, pudiendo ocasionar daños en las células: tal puede ser uno de los factores que producen mutaciones en los genes. Una cantidad suficiente de esta radiación podría dañar células bastantes para matar a una persona, pero lo cierto es que aquí abajo, en la parte inferior de la atmósfera, no llega tanta radiación como para eso. Las criaturas vivientes han sobrevivido miles de millones de años al bombardeo de los rayos cósmicos.

El origen de los rayos cósmicos es un tema muy debatido, pero se sabe que por lo menos parte de ellos se forman en las estrellas ordinarias. En 1.942 se descubrió que el Sol produce rayos cósmicos benignos cuando una erupción solar abate su superficie.

La atmósfera superior absorbe gran parte del impacto de las partículas de los rayos cósmicos normales, mientras que la radiación secundaria es absorbida en parte más abajo. De la energía inicial de radiación, sólo sobrevive y llega hasta la superficie terrestre una pequeña fracción.

Pero allá fuera, en el espacio, tienen que contar con la posibilidad de enfrentarse con la furia desatada de la radiación primaria. Y aquí no sirve de nada un blindaje. Las partículas de los rayos cósmicos, al chocar con los átomos del blindaje, provocarían una radiación secundaria que saldría disparada en todas direcciones como metralla. Una elección equivocada del material de blindaje empeoraría incluso aún más las cosas.

La magnitud del peligro depende de la actividad de rayos cósmicos que haya en el espacio exterior, sobre todo del número de partículas de gran masa, que serían las más nocivas. Los Estados Unidos y la Unión Soviética han enviado numerosos satélites al espacio para comprobar las cantidades de rayos cósmicos, y parece ser que en condiciones normales son suficientemente bajas como para que haya una relativa seguridad.

La fuente más probable de peligro son los rayos cósmicos débiles del Sol. La atmósfera terrestre los detiene casi por completo, pero en el caso de los astronautas no hay nada que les preste ese servicio. Y aunque son débiles, en cantidad suficiente pueden ser peligrosos. Los rayos cósmicos del Sol sólo se presentan en abundancia cuando se produce una erupción solar. Las erupciones solares no son, por suerte, muy frecuentes, pero por desgracia es imposible predecirlas.

Así pues, lo único que podemos hacer mientras los astronautas se encuentran en la Luna es esperar que durante esa semana o par de semanas no se produzca ninguna gran erupción que lance sobre ellos partículas de rayos cósmicos.

Enviado por: Paco Beruga.

Autor: Isaac Asimov. Doctor en química. Rusia.

Editor: Ricardo Santiago Netto (Administrador de Fisicanet)

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