Cristalografía (primera parte)

Sistema cristalográfico, Características de los minerales y clases de rocas

En este trabajo hablaremos sobre el campo de la mineralogía, ya que se habla de los sistemas cristalográficos, reconocimiento y tipos de rocas en las que se encuentran los diversos tipos de minerales existentes, en la corteza terrestre, y también de todos las características que presentan cada una de ellas, dependiendo de que tipo sea. También se habla de que está constituido en su totalidad la corteza terrestre, y también donde se formaron los minerales y rocas, dependiendo también en que habita se forma y da como resultado hermosos cristales, consideradas rocas ornamentales, y que cuando más variedad de cristales contiene es más valiosos para los coleccionistas. Un cristal de forma complicada depende a que tipo de sustancia y medios de formación lo afectaron, también depende a los tipos de yacimientos donde se hallan estos cristales la cual le dará una especificada forma.

La piel de la Tierra

Este planeta Tierra en que vivimos, y del que nos consideramos dueños, y señores, en realidad no lo conocemos más que por fuera. Sabemos que un esferoide cuyo diámetro medio se ha calculado en unos 12.740 kilómetros y cuya superficie está cubierta de agua casi en sus tres cuartas partes; como resultado de otros cálculos prolijos conocemos también con relativa exactitud su volumen y su densidad; el hombre, en busca de gemas y metales preciosos o de minerales útiles, ha perforado la parte sólida de la superficie, y llevado de la curiosidad científica ha explorado los grandes fondos oceánicos; pero, hasta la fecha, la mayor profundidad que se ha podido medir, en las llamadas "fosas" del Pacífico, no llega a los 11.000 metros, la perforación más profunda que se ha hecho, para buscar petróleo, no alcanza a los 7.000, y sólo muy contados seres humanos, como el profesor Piccard en el batiscafo "Trieste" han logrado descender a estas profundidades. Para darnos cuenta de lo que esto significa, podemos imaginar una esfera de tres metros de diámetro en la que quisiéramos clavar un alfiler y no lográsemos entrarlo más de un par de milímetros. Recurriendo al viejo símil de la naranja, cabría decir que apenas hemos raspado un poquito en la superficie pigmentada de la cáscara. De lo que haya más adentro no sabemos nada con certeza; todo cuanto se ha dicho y se sigue diciendo acerca del interior del Globo son teorías, más o menos aceptables según que estén más o menos de acuerdo con los hechos comparables, pero teorías al fin.

Hoy se admite que el centro de nuestro planeta se halla ocupado por un enorme núcleo esférico, tal vez de unos 7.000 kilómetros de diámetro, compuesto de hierro y níquel, por lo que se ha convenido designarlo con el nombre de nife, de Ni y Fe, que son respectivamente los símbolos del níquel y del hierro en la terminología química y mineralógica. Dicho núcleo está envuelto por una capa de unos 1.700 kilómetros de espesor constituida por silicatos ferromagnesianos. Rodeando esta capa se encuentra otra de 1.200 km de espesor formada por silicatos magnésicos que recibe el nombre de "sima".

Flotando sobre el sima se encuentra la corteza terrestre constituida por silicatos alumínicos en su mayor parte. Recibe el nombre de "sial" y su espesor, siendo pequeño, no es regular, extendiendo zonas en el fondo del mar en que prácticamente no existe, mientras que en otros lugares su espesor es de 80-90 km.

En la perforaciones efectuadas en la corteza terrestre se ha encontrado un aumento gradual de la temperatura a medida que nos aceramos al centro de la tierra. Este aumento es de 1° por cada 33 m de profundidad por lo que teóricamente en el centro de la tierra deberían de existir temperaturas cercanas a los 200.000 °C. Hoy no se cree que esto ocurra sino que la temperatura se estabiliza a unos 3.000 °C ó 4.000 °C y que el calor que la produce más bien se debe al producido por la desintegración de sustancias radioactivas que al calor residual de cuando la tierra se encontraba en estado ígneo.

Estas elevadas temperaturas, unido a las enormes presiones a que se encuentran sometidos los minerales que constituyen el sima, proporciona a esta capa ciertas características de plasticidad. Por ello, la corteza terrestre, esta sobre el sima y en él se desplaza del mismo modo que lo hacen un iceberg en el mar.

Así concebida, la estructura de la Tierra aparece como el resultado natural de un lento enfriamiento. Todas las teorías modernas sobre el origen de nuestro Globo están de acuerdo en que inicialmente estuvo formado por materiales en estado gaseoso; basta, pues, recordar que no todas las substancias cambiar de estado físico a las mismas temperaturas, para comprender que, por efecto de su licuefacción y su solidificación, dichos materiales tuvieron necesariamente que distribuirse de diferente modo. Los más pesados debieron de hundirse en el interior del esferoide en formación, mientras que aquellos que a la circunstancia de solidificarse muy pronto unían la de ser más livianos, hubieron de quedar flotando, al modo de escorias, sobre los que todavía se hallaban en estado líquido. Estos últimos serían los que formaron la capa de roca basáltica, que, al hacerse sólida a su vez, retuvo firmemente empotradas aquellas masas flotantes en tanto que el vapor de agua resultante de la combinación de hidrógeno y oxígeno pasaba al estado líquido y llenaba los espacios entre ellas.

Esas masas intercaladas con los océanos y que, como hemos dicho, constituyen la tierra firme, son también lo que comúnmente llamamos corteza terrestre, por más que esta denominación se suele hacer extensiva, en forma un tanto vaga, al fondo de los mares, el cual, en efecto, cuando no se trata de grandes profundidades, puede ser una continuación de las masas de la tierra. Los materiales de que estas últimas se hallan formadas son los minerales. Por supuesto, el agua del mar es también mineral, pero este nombre se aplica más generalmente a los materiales sólidos de la corteza terrestre, los cuales en la mayoría de los casos, se presentan formando rocas.

En el lenguaje vulgar una roca es una peña, una piedra cualquiera, siempre que sea de gran tamaño y sobre todo, dura. La dureza de la roca, dando al vocablo esta acepción familiar, se ha hecho proverbial. Pero en la terminología científica se llama roca a toda masa mineral de gran tamaño, y especialmente a aquellas que consisten en un agregado de diversos minerales. Un mineral es un cuerpo inorgánico de composición química homogénea, es decir, compuesto de los mismos elementos químicos, en proporción constante, en cualquiera de sus partes; una roca tiene una composición heterogénea porque es el resultado de la mezcla o agrupación de diversos minerales, y cuando está formada por un solo mineral que puede presentar distintos aspectos, pero que siempre se halla compuesto, en todas sus partes, de silicio y oxígeno en proporciones invariables; el granito en cambio, es una roca formada por la agrupación del cuarzo con otros minerales (mica, feldespatos), que no siempre están mezclados en igual proporción, ni lo están de un modo uniforme en todos los puntos de una misma piedra de granito.

No hay que creer que los minerales que hoy forman la corteza terrestre son exactamente los mismos que resultaron de la solidificación de sus primitivos materiales, ni que se hallan dispuestos de la misma manera que entonces quedaron; muchos se han formado después, y se siguen formando aún, por los más variados procedimientos. Por ejemplo, la descomposición de restos vegetales fuera del contacto con los agentes atmosféricos, en una época en que ya había en el Globo insectos y anfibios, originó los yacimientos de hulla o carbón de piedra, cuya explotación tanto ha contribuido al progreso de la humanidad, y aun en nuestros días las salinas se forman por la evaporación de las aguas que llevan sales en disolución. La mayoría de las rocas, sin embargo, así como los minerales que contienen metales valiosos, son el resultado de la invasión de la corteza terrestre por los materiales en fusión todavía existen bajo ella, y que se conocen con el nombre general de magmas. Estos materiales, abriéndose paso de abajo arriba en el espesor de la tierra firme y enfriándose a medida que ascienden, acaban por formar dentro de aquélla grandes núcleos que se conocen como lacolitos, y tienden también a rellenar todas las grietas y rendijas constituyendo los filones. Por otra parte, de esos magmas se desprenden gases y vapores que, al ponerse en contacto con los minerales ya existentes que encuentran a su paso, reaccionan con ellos y dan lugar a que se produzcan nuevas combinaciones químicas, esto es, nuevos minerales. Conocido es el fenómeno de las solfataras, grietas frecuentes en algunos terrenos volcánicos, por las que escapan al exterior vapor de agua y diversos gases, entre ellos ácido sulfhídrico que se descomponen al contacto de la atmósfera, combinándose su hidrógeno con el oxígeno del aire y formándose depósitos más o menos considerables de azufre, que pueden explotarse y se explotan, con fines industriales. Este ejemplo es suficiente para demostrarnos que, aun cuando nuestro mundo es muy viejo, todavía conserva en actividad las fuerzas para agregar constantemente a su corteza nuevos materiales.

La cristalización y los cristales

Un de las cosas que más saltan a la vista en los minerales, diferenciándoles netamente de los seres orgánicos, es la propiedad que tienen de cristalizar, es decir, de adoptar formas poliédricas de una perfección geométrica admirable, en cuyo estado se designan con el nombre de cristales. Como en el caso de las rocas, el término "cristal" tiene en mineralogía un sentido bastante distinto de su significado corriente; cuando se menciona el cristal en la conversación usual, lo primero que viene a la imaginación es su transparencia, mientras que desde el punto de vista mineralógico no tiene importancia este atributo. Muchos minerales cristalizados apenas pueden calificarse de traslúcidos, y hay también muchos que son perfectamente opacos. Lo esencial en ellos es su figura poliédrica. La delicada comparación empleada por Campoamor en una de sus poesías más populares sería una atrocidad si el poeta hubiera escrito teniendo presente la acepción científica del vocablo en cuestión.

Las formas poliédricas propias de los cristales son, según parece, una consecuencia de la disposición simétrica de los átomos de las substancias que componen el mineral, disposición que se ha comparado con la de los nudos de una red; pero para que los átomos adopten esta disposición es indispensable que el mineral se solidifique en determinadas condiciones. Así, hay ciertos minerales, entre ellos el alumbre y la sal común, que si están disueltos en agua cristalizan al solidificarse por evaporación de ésta, y hay otros, como el azufre o el bismuto, que forman cristales cuando, estando fundidos, pasan al estado sólido por enfriamiento. También se forman cristales por sublimación, esto es, por el paso del estado gaseoso al sólido sin mediar el estado líquido, como se observa en ciertos minerales de origen volcánico.

Naturalmente, puede ocurrir qu7e en el cambio de estado físico no se realice exactamente en las condiciones indispensables para que haya cristalización, y entonces, o bien ésta es incompleta, o bien resulta un mineral amorfo, es decir, sin forma poliédrica. De lo primero tenemos un ejemplo en los casos en que, por ser la solidificación efecto de un enfriamiento excesivamente rápido o de una evaporación demasiada intensa, se forman los llamados cristales esqueléticos, que son unos como cristales huecos, cual si estuvieran profundamente excavados. La sal presenta a veces cristales incompletos de esta clase. En cuanto a los minerales amorfos, con frecuencia parece como si los átomos no tuvieran tiempo de adoptar la disposición reticular durante los cambios de estado, y como resultado se forma una masa irregular, rígida y frágil, que recibe el nombre de sustancia vítrea. Hay minerales, en fin, que se presentan como coloidales, es decir, como la mezcla de dos substancias, una de ellas dividida en pequeñísimas partículas dispersas en la otra, que es unida y homogénea, y que se denomina medio de dispersión. La arcilla y el mineral de hierro llamado limonita son ejemplos de coloides.

Volviendo a los minerales cristalizados, lo mismo pueden presentarse como cristales aislados que formando curiosas agrupaciones, ya en forma desordenada, o ya yuxtapuestos, en asociación paralela. A veces un conjunto de cristales descansa sobre una base amorfa del mismo mineral, denominándose este tipo de agrupación una drusa; y también son frecuentes los casos en que una masa amorfa profundamente cóncava, a modo de tosca olla o de gruta en miniatura, está interiormente tapizada de numerosos cristales, dando un poco la ilusión de una diminuta caverna de elfos o de hadas. En mineralogía se da a esto el nombre de geoda.

En ciertos minerales se encuentran con frecuencia dos cristales, o un corto número de ellos, íntimamente asociados entre sí, como si se hallasen entrelazados o adheridos, constituyendo lo que se denomina una macla. Hay maclas de los más variados aspectos: unas veces los dos cristales forman una cruz, ya latina o ya de San Andrés; otras, parece como si uno de ellos se hubiera metido dentro del otro, aunque en distinta posición, diciéndose entonces que es una macla de penetración; otras, se adosan dos cristales en posición simétricamente inversa, formando una punta de flecha, etc. También se puede dar el caso de que se asocien cristales de dos minerales diferentes, encontrándose los de uno de ellos dentro de un cristal del otro, que es lo que se conoce como inclusiones, y a veces un cristal de un mineral encierra fragmentos amorfos, fibras o delgadas láminas de un mineral distinto. Un aspecto muy curioso de esta asociación es el fenómeno del encapuchamiento, que se da algunas veces en el cuarzo, y que consiste en la existencia de grandes láminas de mica dentro de un cristal de dicho mineral, paralelamente a sus caras, lo que permite separar del poliedro varias pirámides embutidas unas dentro de otras, como esas cajas chinescas que se van sacando desde la más grande a la más chica.

El tamaño de los cristales varía enormemente; un mismo mineral puede formar cristales microscópicos, o poco menos, y otros de dimensiones gigantescas. La forma varía igualmente mucho. En cambio, lo que dentro de cada especie mineralógica permanece invariable es el valor de los ángulos diedros formados, cualquiera que sea la forma, por las caras homólogas. Por ejemplo, la galena, que tan de moda se puso en los días de los primitivos aparatos radiotelefónicos, es un mineral que suele cristalizar en cubos, pero muchas veces el cubo no es perfecto, sino que presenta sus cuatro vértices truncados, formando unas facetas triangulares, de manera que el poliedro es entonces un cuboctaedro, o sea una combinación del hexaedro regular, o cubo, con el octaedro. Ahora bien, las caras que en este caso corresponden al cubo forman ángulos diedros de 90 grados, exactamente como en el cubo verdadero. Si teóricamente ampliásemos las facetas formadas en los vértices hasta su límite máximo, las caras del cubo desaparecerían y tendríamos un octaedro regular, y las caras de este nuevo poliedro formarían ángulos diedros exactamente del mismo valor que el de los ángulos formados por la prolongación ideal de los planos determinados por la facetas del cuboctaedro.

Esta constancia del valor de los ángulos diedros en cada especie mineral, reconocida ya por los mineralogistas del siglo XVII, se considera como una de las leyes fundamentales de la cristalización y proporciona, como es fácil comprender, un dato de verdadera importancia para la identificación de los minerales, así como para determinar con exactitud cuál es el tipo poliédrico de un cristal cualquiera, aunque por estar roto o por cualquier otra circunstancia no sea fácil apreciar su forma a primera vista. de ahí la utilidad que en mineralogía prestan los goniómetros, o aparatos para medir ángulos. Hay goniómetros de diversas clases, algunos de ellos muy complicados. Estos son, naturalmente, los que dan el valor de los ángulos con mayor precisión y los que se usan en los grandes laboratorios; pero al simple aficionado le basta el más antiguo de estos instrumentos, que se conoce como goniómetro de aplicación, y que es, al y al cabo, el que usaron para sus investigaciones los grandes maestros de la cristalografía. Consiste en dos reglitas metálicas articuladas por medio de un tornillo, a manera de tijeras, de modo que pueden formar ángulos variables, y una de las cuales forma el diámetro de un semicírculo graduado. Aplicando estas reglitas directamente contra las caras del cristal cuyo ángulo se desea medir, se obtiene su valor en el semicírculo graduado, que mide el ángulo opuesto por su vértice.

El ejemplo que acabamos de ver, de los cristales de galena, permite considerar muchas de las formas cristalinas como derivadas, en teoría, de otras formas, mediante el truncamiento o achatamiento, ya sea de las aristas formadas por la intersección de dos caras antiguas, o ya de los vértices formados por la concurrencia de varias aristas. Otras modificaciones resultan de la aparición en cada arista, no de una sola faceta, sino de dos facetas paralelas, en ángulo diedro más obtuso que el que forman las caras primitivas correspondientes, que es lo que se llama modificación por biselamiento; o también de la formación, en cada vértice, de un grupo de facetas dando un nuevo vértice menos saliente, en cuyo caso la modificación es por apuntamiento. De acuerdo con otra ley de la cristalización, en todo cristal normal los elementos homólogos, las aristas y los vértices definidos por caras iguales; pero también se ven cristales en que aparecen modificaciones solamente la mitad o la cuarta parte de dichos elementos. Dícese de ellos que son meroédricos, por oposición a aquellos en que todos los elementos homólogos, modificados o no, son simétricos, a los cuales se califica de holoédricos. Hay asimismo cristales, llamados hemimórficos, que presentan una mitad diferente de la otra; por ejemplo, un prisma con una de las bases en forma de pirámide y la base opuesta completamente plana, como si estuviera cortado al través.

Aparte de los elementos geométricos propios de todo poliedro (caras, aristas y vértices), reales y visibles, hay que considerar en los cristales otros elementos, llamados de simetría, que son puramente ideales o teóricos, no obstante lo cual tienen gran importancia para el reconocimiento de las diversas formas cristalográficas. Son estos elementos el centro de simetría, los planos de simetría y los ejes de simetría. El centro de simetría es un punto ideal que tiene la propiedad de dividir en dos partes exactamente iguales cualquier recta que pueda imaginarse a través del cristal y entre dos puntos opuestos del mismo. Plano de simetría es aquel que divide cristal en dos mitades simétricas entre sí, de manera que, si la división fuera real, arrimando a un espejo una de estas mitades su imagen completaría la forma del cristal entero. Finalmente, es un eje de simetría cualquier recta que pase por el centro de simetría y que permita hacer girar el cristal alrededor de ella ocupando varias posiciones son dos, se dice que el eje es binario; si son tres, ternario; si cuatro, cuaternario, y si seis, senario. Tomando nuevamente como ejemplo un cristal cúbico de galena veremos que en él hay tres ejes cuaternarios, que une los centros de la seis caras; cuatro ejes ternarios, que van de vértices a vértices, y seis ejes binarios, que unen los puntos medios de las aristas. En el mismo cristal hay nueve planos de simetría, tres que lo cortan paralelamente a las caras y seis que lo hacen oblicuamente, dividiendo cada uno de los segundos al cubo en dos prismas de base triangular. Un cristal en forma de prisma hexagonal tendrá, en cambio, siete planos de simetría, uno de ellos paralelo a las bases y los otros seis perpendiculares a ellas, y siete ejes de simetría, seis binarios (tres que unen entre sí las caras opuestas y tres que une las aristas perpendiculares a las bases) y uno senario, que pasa por los centros de ambas bases.

Fundándose principalmente en los elementos de simetría, los mineralogistas distribuyen todas las formas cristalinas en siete grupos llamados sistemas, cada uno de los cuales comprende las formas holoédricas con igual número de planos y de ejes de simetría y la meroédricas que se consideran como derivadas de aquéllas, aun cuando en éstas, por ser su simetría incompleta, el número de algunos elementos sufre una reducción. Dichos sistemas se denominan regular o cúbico, hexagonal, trigonal, tetragonal, rómbico, monoclínico o monosimétricos, y triclinicos o simétricos.

El Sistema Regular: Comprende cristales con nueve planos de simetría y trece ejes, tres de ellos cuaternarios, cuatro ternarios y seis binarios. Hay muchos minerales que presentan cristales de este sistema, entre ellos la galena, ya mencionada, o la sal común y la fluorita, de las que se encuentran con frecuencia bellos grupos de cristales cúbicos, transparentes o traslúcidos, ora incoloros, ora teñidos de bellos matices. La pirita, mineral de hierro sumamente común, que a veces contiene algunas partículas de oro, cristaliza también en este sistema, formando cubos, dodecaedros pentagonales o combinaciones de ambas formas. El granate, ya sea transparente o ya opaco, tan pronto del color rojo característico como negro o amarillo, ofrece igualmente cristales del sistema regular, por lo general trapezoédricos o rombododecaédricos. El hermoso rubí, que también entra en este grupo, cristaliza, en cambio generalmente en octaedros.

Sistema Regular

3 ejes cuaternarios

4 ejes ternarios

El Sistema Hexagonal: Se caracteriza por tener sus cristales siete planos de simetría, un eje senario y seis ejes binarios; sus formas holoédricas típicas son el prisma hexagonal, la pirámide hexagonal (que en realidad se compone de dos pirámides unidas por la base), y el prisma y la pirámide dihexagonales, estos últimos distintos de los primeros por presentar doble número de caras. El berilio, con sus estimadas variedades verde y azul pálida, respectivamente conocidas como esmeralda y aguamarina, forma cristales de este sistema, frecuentemente combinaciones de las diversas formas en él comprendidas. El agua cuando se solidifica constituyendo la nieve, cristaliza igualmente en este sistema, bajo el aspecto de cristalinos microscópicos hexagonales que se reúnen en diminutas maclas de las más variadas figuras, pero siempre hexagonales también.

Sistema Hexagonal

1 eje senario

El Sistema Trigonal: Fue durante mucho tiempo incluido en el hexagonal, y sus formas pueden ciertamente ser consideradas como derivaciones meroédricas de aquél, pero todas ellas ofrecen un rasgo distintivo, cual es el presentar un eje de simetría ternario. Son cristales con las caras frecuentemente en forma de rombos, de trapecios o de triángulos escalenos. El cuarzo, tan común en la corteza terrestre, forma prismas pertenecientes a este sistema. La calcita o carbonato de calcio, uno de los minerales más conocidos por constituir los mármoles y las calizas, y que, cristalizada, se suele conocer como espato de Islandia, en este caso entra también en el sistema trigonal, adoptando la forma de romboedro o de escalenoedro. También cristalizan en este sistema las bellas turmalinas, cuyo nombre, derivado de "turamali", que es como les llaman en Ceilán, nos recuerda que de esta isla se llevaron por primera vez a Europa por los joyeros holandeses en el siglo XVIII. Si se corta al través un prisma de turmalina se ve que tiene sección triangular, lo que revela su condición hemiédrica.

Sistema Trigonal

1 eje ternario

El Sistema Tetragonal: Los cristales presentan cinco planos de simetría, un eje cuaternario y cuatro binarios, éstos perpendiculares a aquél. Se ha llamado también sistema cuadrático porque en sus formas más típicas, que son el prisma tetragonal y la pirámide tetragonal, cualquier sección paralela a los radios binarios es perfectamente cuadrada. El circón y su hermosa variedad roja llamamos jacinto, cristalizan en este sistema, así como la casiterita, de la que se extrae el estaño.

Sistema Tetragonal

1 eje cuaternario

El Sistema Rómbico: tiene tres planos de simetría solamente y también tres ejes, los tres binarios, desiguales y perpendiculares entre sí. Entre los minerales que cristalizan en este sistema figuran algunas tan conocidos como es azufre, que forma a veces cristales gigantes, la baritina, que se utiliza para preparar sales de bario, y el topacio del Brasil o falso topacio, simple variedad del cuarzo o cristal de roca, o con el topacio oriental, que es un corindón amarillo. Los aficionados a las joyas saben, sin embargo, que este último tiene generalmente más valor, simplemente por el hecho de ser menos abundante en la naturaleza que el topacio propiamente dicho. Para un entendido en cristalografía la diferencia entre estas diversas gemas homónimas es fácil, pues tanto el topacio oriental como el del Brasil cristalizan en el sistema trigonal y no en el Rómbico.

Sistema Rómbico

1 eje binario

El Sistema Monoclínico o Monosimétrico:

Solamente posee un plano de simetría, así como un eje único, que es binario. A él pertenece el vulgarismo de yeso, que suele formar curiosas maclas, con frecuencia en punta de flecha. Cristaliza igualmente en este sistema el feldespato ortosa, mineral que, agregado al caolín o caolinita (también monoclínico), se utiliza en la fabricación de las porcelanas.

Sistema Monoclínico

1 eje binario

El Sistema Triclínico:

Entran cristales sumamente asimétricos, como que carecen de planos y de ejes de simetría, y a él pertenecen unos cuantos minerales no muy conocidos de quien no es mineralogista, como la redonita y la labradorita.

Sistema Triclínico

No tiene ejes

La estructura de los minerales

Aparte de la disposición, que podríamos llamar arquitectónica, de los átomos, a la que parece deberse la forma cristalina, los minerales ofrecen la más notable variación en su estructura general. Muchos de ellos se presentan a primera vista como masas de un material unido y homogéneo, como ocurre con un trozo cualquiera de cuarzo, diciéndose de ellos que tienen una estructura compacta, pero hay otros que parecen estar constituidos por una acumulación de granitos, a veces sumamente pequeños, aunque bien visibles, y entonces se califica su estructura de granuda. Este tipo de estructura es el del mármol estatuario, llamado también mármol sacaroideo porque su fino grano le da el aspecto de azúcar de pilón. Cuando la sustancia mineral se ha depositado en zonas concéntricas, la estructura se denomina concrecionada, pudiendo citarse como ejemplo las calcedonias, la ágatas y los ónices, variedades de cuarzo que por sus zonas alternadas de diversas tonalidades se utilizan en la talla de objetos ornamentales.

Hay minerales, entre ellos el cobre, que muchas veces ofrecen el aspecto de ramas, secas o con su follaje, estructura arborescente que se denomina dendroidea. No es raro que un mineral con esta estructura se incluya en otro, formando delicadas ramificaciones que se conocen como dendritas, y en este caso la apariencia de una sección del conjunto, sobre todo si ha sido bien pulimentada, es enteramente la del dibujo de una planta hecho por algún hábil artista. La pirolusita, mineral de manganeso que comúnmente se denomina "jabón de vidriero" y que, por su modo de actuar en presencia del ácido clorhídrico, sirve para la preparación de los vulgares polvos de gas, invade a veces en esta forma la pizarras, siendo sus dendritas como plantas fósiles por los aficionados a coleccionar objetos raros.

Otra estructura muy notable es la fibrosa, de la que se distinguen diversas variedades, y así se dice que es acicular cuando el mineral forma fibras rectas y rígidas como agujas, fibrorradiada cuando las agujas irradian desde un punto común, bacilar si se trata de fibras rectas y mediante gruesas, a modo de palitos, capilar si son finas y flexibles como cabellos, etc. La estibiana o antimonita, de la que se extrae el antimonio, que por su propiedad de endurecer el plomo se considera desde la última guerra como uno de los principales "metales estratégicos", presenta con mucha frecuencia la estructura fibrosa acicular o la bacilar. Más famosas como minerales fibrosos, sin embargo, son la tremolita o anfibol blanco, la actinotita o anfibol verde y la variedad de serpentina conocida como crisotilo, todas ellas denominadas corrientemente amiantos o asbestos. Las tres forman fibras muy finas, comparables a la seda o algodón, lo que hace que se presten a numerosas aplicaciones útiles, pudiendo confeccionarse con ellas tejidos que sirven para ropas incombustibles, telones de teatro, mechas, etc. Sabido es que en la antigüedad clásica ya se conocía la condición textil del amianto, con el que los nobles romanos hacían tejer manteles para darse el gusto de arrojarlos al fuego y asombrar a sus comensales después de los banquetes. No es raro encontrar masas fibrosas de estos minerales apretadamente apelmazadas, a las que se designa, de acuerdo con su aspecto, con los nombres de cartón de montaña, fieltro de montaña, corcho de montaña, etc.

Algunos minerales, como la mica y la variedad de yeso llamada espejuelo de asno, tienen estructura laminar u hojosa, es decir, parecen estar constituidos por innumerables hojas o láminas adheridas entre sí, que sin mucha dificultad pueden separarse con la punta de un cortaplumas u otro utensilio similar. Relacionase esta estructura con la propiedad que muchos minerales de ser exfoliables, esto es, de romperse siempre siguiendo planos determinados. En el espejuelo de asno, en la mica, en el talco llamado por antonomasia laminar y en otros, la exfoliación o crucero, como también se dice, es en un solo sentido, pero otros minerales presentan dos o más planos de exfoliación, y entonces se rompen dando figuras geométricas, que reciben el nombre de sólidos de exfoliación, y que tienen cierta relación con el modo de cristalizar. La galena, por ejemplo, se parte invariablemente formando cubos. La fluorita o espato flúor, sin embargo, al romperse tiende siempre a formar octaedros, aunque sus cristales son muchas veces cubos perfectos.

Muchos minerales no tienen exfoliación; los de estructura compacta o los de estructura granuda muy fina suelen presentar lo que se llama fractura concoidea o concoidal, lo que quiere decir que, si se rompen, en la superficie de fractura se observan abultamientos y depresiones suavemente redondeados, que recuerdan un tanto la figura de una concha bivalva. Otros hay cuya fractura lisa, o astillosa, o terrosa, términos que no necesitan explicación para que se entienda su significado.

Autor: Norman Paúl Ponce Pérez, Cristian Tolentino Peña, Willian Rojas Trinidad y Ana Rosa Guzmán Catalan. Perú.

Editor: Ricardo Santiago Netto (Administrador de Fisicanet)

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