Las ondas de radio y las ondas luminosas se utilizan para «ver» cosas en el espacio. ¿Hay o

• Responde: Isaac Asimov

Las ondas de radio están emparentadas con las ondas luminosas. La diferencia es sobre todo una cuestión de longitud: las primeras son mucho más largas que las segundas.

Existe toda una familia de ondas de diversa longitud, denominada espectro electromagnético. Este espectro se suele dividir en siete regiones que podemos clasificar, por orden descendente de longitud, de la siguiente manera: 1) ondas de radio, 2) microondas, 3) rayos infrarrojos, 4) luz visible, 5) rayos ultravioletas, 6) rayos X y 7) rayos gamma.

La atmósfera terrestre sólo es relativamente transparente a la luz visible y a las microondas. Las demás partes del espectro electromagnético son enteramente absorbidas mucho antes de pasar el aire. Así pues, para observar los cielos desde la superficie de la Tierra sólo nos sirven la luz y las microondas.

La humanidad ha observado desde siempre los cielos porque no en balde el hombre siempre ha tenido ojos. Fue en 1.931 cuando el ingeniero americano Karl Jarisky descubrió que lo que estaba detectando eran microondas emitidas por los cuerpos celestes. Y como las microondas se clasifican a veces como ondas de radio muy cortas, esta rama de la observación astronómica recibió el nombre de «radioastronomía».

Hay objetos que, aun siendo detectables por su emisión de microondas no emiten mucha luz. Es decir, hay fuentes de radio que son invisibles para la vista.

Pero en el momento en que se empieza a hacer observaciones desde fuera de la atmósfera tenemos el espectro electromagnético completo a nuestra disposición. Las observaciones desde cohetes han demostrado que los cuerpos celestes bombardean la tierra con toda clase de radiaciones. El estudio de éstas podría contribuir mucho al conocimiento del universo.

En el cielo hay regiones, por ejemplo, que emiten luz ultravioleta en grandes cantidades. La nebulosa de Orión es una fuente de ultravioletas, igual que las regiones que circundan a la estrella Spica, de primera magnitud. El origen de esas grandes cantidades de luz ultravioleta en dichas regiones no se conoce todavía.

Más misteriosa aún es la existencia de una serie de puntos en el cielo que, según se ha descubierto, son fuentes prolíficas de rayos X. Para que un objeto emita rayos X tiene que estar extraordinariamente caliente: un millón de grados o más. Ninguna estrella corriente tiene una superficie tan caliente. Pero existen estrellas de neutrones en las que la materia está tan densamente empaquetada, que toda la masa de un objeto del tamaño del Sol quedaría reducida a una pelota de unos 16 kilómetros de diámetro. Estos objetos y otros igual de extraños pueden emitir rayos X.

Es probable que los astrónomos no puedan hacer un estudio completo de los distintos tipos de radiación que nos llegan desde el espacio hasta que no sean capaces de efectuar todas sus observaciones desde fuera de la atmósfera.

La Luna, que carece de atmósfera, sería un lugar ideal para un observatorio semejante. La posibilidad de construir esos observatorios y de potenciar así nuestro conocimiento es una de las razones más atractivas para intentar colonizar la Luna.

Enviado por: Paco Beruga.

Autor: Isaac Asimov. Doctor en química. Rusia.

Editor: Ricardo Santiago Netto (Administrador de Fisicanet)

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